miércoles, 29 de julio de 2009

SER O NO SER...¿Cómo me nombro?


¿Por qué ponerse la etiqueta de lesbiana? ¿Son necesarias las etiquetas? Si es un asunto de amor, de sexualidad, de condición humana, por qué preocuparnos de ponerle nombre ¿Necesito llamarme ese algo? Soy una mujer que ama a otra mujer y ya. Ese es el razonamiento de algunas de nosotras cuando iniciamos nuestros acercamientos al mundo lésbico. Sin embargo, Tal vez, cabría preguntarnos por qué existen necias ya sean activistas, estudiosas, académicas o políticas que insisten en solicitar nuestra definición.

La razón podría tener que ver con aquella vieja consigna feminista: Lo que no se nombra, no existe.

Si no me nombro, cómo puedo, incluso en el nivel de lo inmediato, relacionarme y encontrar a mis semejantes. Cómo podría pedir derechos, salud, reconocimiento ¿Para quién si no tengo nombre? O, en un segundo nivel; Cómo puedo hablar de mi, para mi y con mi propia voz si no soy capaz de decir: Soy.

¿Qué es, pues, ser lesbiana?
¿Es lo mismo que decir mujer homosexual o gay?

Tener contacto sexoafectivo con otra mujer no me convierte en lesbiana, pues tanto mujeres bisexuales como heterosexuales incurren en relaciones o períodos de prueba de su sexualidad.

Técnicamente, decir homosexual es referirse al ejercicio sexual con personas del mismo sexo y, coloquialmente, decir gay nos incluye en ese colectivo socialmente definido. Entonces, ¿Por qué, para designarnos, insistir en el termino lesbiana si a muchos y a muchas les incomoda, les resulta “fuerte”; si es una palabra que intranquiliza oídos y conciencias?

Al haber nacido con genitales femeninos no podemos sustraernos de la realidad socioeconómica que implica el género para las mujeres. Vivir la homosexualidad desde el cuerpo de varón –Sin menospreciar, por supuesto, lo complejo y significativo de la lucha de éstos- es vivirlo desde las condiciones particulares de lo masculino. En tanto; la homosexualidad desde un cuerpo femenino es hacerlo insertas en la cultura dominante que nos ubica entre aquellas sujetas con menos acceso a la educación, a políticas públicas, a formas de poder, a capacidad adquisitiva e incluso menos libertad de acción y movilidad. Por ejemplo, muchas jóvenes saben de lo difícil que aún hoy resulta algo que debería ser trivial como salir a encontrarse con información, lugares de convivencia o actividades sólo para lesbianas y librarse de la sujeción que la familia nuclear impone por su condición; mientras al varón en general se le impulsa para tomar las calles.

De este modo, no es lo mismo la homosexualidad para unos que para otras. Aun cuando son importantes las alianzas y el trabajo conjunto para objetivos concretos. Es conveniente establecer la diferencia y evitar la confusión con el discurso meramente homosexual, predominantemente masculino; para permitir hacer las necesidades lésbicas visibles e impostergables y no difusas en el maremoto de la diversidad como ya ha ocurrido en el muy reciente pasado.

En esta misma forma, el termino lesbiana resulta un ejercicio de distancia y reivindicación frente al imaginario colectivo de lo que implica el designar gay a una comunidad; en donde se le asocia, según dicho imaginario, con la cultura de los bares antros, series light de TV y objetos de consumo alrededor de una forma de establecer relaciones en lo sexual y en ocasiones en lo afectivo.

Finalmente, valdría la pena recordar que decir lesbiana es recurrir a un concepto lésbico feminista que nombra una práctica no solamente sexual o afectiva sino que posiciona a seres humanas que vulneran lo que hoy el mundo entiende por realidad. Se refiere a personas que no necesariamente se someten al rol de género asignado, en donde existen no en función y servicio del otro; si no por sí y para sí, construyendo su independencia en la dimensión de lo cotidiano. Pero, a un mismo tiempo, afectando y trasgrediendo la cultura de las naciones que habitan, creando fisuras importantes:
Rompiendo el papel que tradicionalmente se le ha asignado a la mujer; rompiendo con la noción de sexualidad obligatoriamente reproductiva; cuestionando los papeles concertados para las imposiciones de llamarse hombres o el llamarse mujeres; más allá: preguntando implícitamente si todas las otras formas de imposición, racial, religiosa, económica, política u otra no deberían poder verse desde otras perspectivas, distintas a las que la lógica hoy preponderante nos indica. Colaborando, entonces, la lesbiana, como ente político, a la transformación lenta, pero incansable del mundo hasta su otra forma posible.

Así, decir lesbiana es hablar de un concepto político que cuestiona, entre otras cosas, el orden social de dominaciones en todos sus modos; desmitifica la heterosexualidad obligatoria; que defiende el derecho al cuerpo propio y el derecho al placer y que transgrede el orden general establecido.
Sí. Elijo nombrarme lesbiana ¿y tú?

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

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